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Случайный отрывок из текста: Фарид ад-дин Аттар. Рассказы о святых. Хазрат Хасан Басри
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Хасан был настолько смиренен, что считал себя ниже других. Однажды на берегу реки Даджлы он повстречал человека, который сидел вместе с молодой дамой, и перед ними стояла бутылка вина. Хасан подумал: «Как испорчен этот человек! Если бы он был таким, как я». В этот момент на реке недалеко от них показалась лодка. Она медленно погружалась в воду. Мужчина немедленно бросился в воду, и из семи тонувших человек он спас шестерых. Затем он посмотрел на Хасана и сказал: «Если ты выше меня, тогда, во имя Всевышнего, спаси седьмого человека. Ты спасешь только одного, в то время как я спас шестерых». Хасан не мог сделать этого. Тогда мужчина обратился к нему с такими словами: «Господин, женщина, сидящая рядом со мной, моя мать, а в этой бутылке — вода. Эта сцена была разыграна, чтобы испытать тебя». Хасан упал на колени и сказал: «Ты спас шесть человек, так вытащи и меня из вод гордости и тщеславия». Он ответил: «Да исполнит Господь твое желание!» Хасан почувствовал, что его желание осуществилось. С тех нор он стал таким смиренным, что, увидев однажды какую-то бродячую собаку, заметил: «О Господи! Считай меня Твоим рабом ради этой добродетельной собаки». ... Полный текст
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Иллюстрации к сказкам:
В. Педерсен
Л, Фрюлих
Э. Дюлак
современные художники
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Abuelita
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero
sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión
es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores
grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas
cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un
libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro
hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman
lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa
de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre
la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman
las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde,
con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella
muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más
lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella
sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír.
Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras;
el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve
a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una
larga y maravillosa historia.
-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio
se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz;
se habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba
tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido,
y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo
mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos
bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y
así enterraron a abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente,
y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba
las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna
enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir
por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más
de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen.
Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra
dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos
sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas
y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy
a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren
nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por
vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo.
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